El CDM y El Ahorcado

Tuesday, June 27, 2006

15.
Constancio y el Juego del Ahorcado.

—Seguidme, pues— les dijo el enmascarado.
—Vamos allá— dijo Pally. Allá fueron todos: Javi, Prefasi, Pally, el Ahorcado, Felipe y el inspector. Continuaron por el pasadizo, hasta llegar a una cámara con unas celdas en la pared. El Ahorcado se dirigió a una de ellas.
—¡Hola! ¡Tiene visita!
—¿Le está diciendo a la celda que nos va a encerrar? Será imbécil— dijo Pally.
Se asomaron a la celda.
—¡Constancio!— exclamó Javi—. ¿Pero qué hace usted aquí?
—¿No se ve o qué? Me ha encerrado.
—Muy bien, pues dales a estos chicos las pistas para el juego. Jugaréis, ¿verdad?— les preguntó el inspector.
—Y ganaremos— dijo Prefasi, desafiante.
—Lo que no entiendo es por qué nos dejaste salir— replicó Javi.
—Alguien tenía que descubrir el escondite sin despertar sospechas de que yo era cómplice del Ahorcado. ¿Chulo, eh?
Javi cogió un trozo de papel que le tendió el Ahorcado. Leyó:
“Estamos en Maristas. Lo primero: ¿por dónde me fui la noche pasada? ¿Cómo desaparecí en el retrete de los vestuarios?”
—Tenemos dos opciones— dijo Javi—. O la otra bifurcación del túnel, o es que como dijo Lucas, se tiró al retrete y tiró de la cadena. Prefasi, organicémonos por grupos y busquemos. ¡Vamos!

*** *** *** *** *** *** *** *** *** *** ***

Prefasi se juntó con varios compañeros: Joaquín, Pedro García, David Fernández, amistosamente llamado “el pollo” por sus compañeros, y Beatriz. Fue este el grupo que entró por la otra bifurcación del túnel. Continuaron andando y llegaron a una puerta enorme. Prefasi intentó abrirla. No se podía. Empujaron todos. No se podía. Tropezó Joaquín y se cayó contra la pared, chocando contra un botón perfectamente camuflado, que abrió la puerta. No estaban en los vestuarios.
—¿Lo ves, ves como no eran los vestuarios? ¡Estamos en el despacho de don Bartolomé! ¡Págame la apuesta, Bea!— exigió Pedro.
—Es la última vez que me apuesto algo contigo— Bea sacó cinco euros y se los dio.
—Bueno, si vais a dejar de hacer el idiota, os lo agradeceré— dijo Prefasi—. Está visto que esta salida no vale, porque nos pidió expresamente los vestuarios. Vámonos antes de que venga Bartolo que nos la cargamos.

Dani, Jorge, Raúl, Pedro Rubio y Javi, el segundo grupo, estaba siguiendo el mismo camino desde la salita donde se habían topado con el Ahorcado hacia delante, hasta llegar a un túnel que ascendía en vertical hacia arriba. Unos peldaños en piedra en la pared subían, formando un ángulo de 90 grados con el suelo. Terminaban en una abertura estrecha, que seguía hacia delante. Todos continuaron.
—La verdad, esto está frío y húmedo, ¿no?— preguntaba Jorge.
—Eso es por las tuberías de las duchas de los vestuarios. Están viejas— contestó Dani.
—Me tenía que haber quedado repasando Historia. Llevo el sobresaliente encarrilado— se quejó Javi.
—Si te lo sabes de carrerilla— le contestó Dani—. Como yo.
Mientras hablaban seguían andando hasta llegar a una puerta enorme. Estaba abierta. Pasaron por ella y llegaron al salón de actos del colegio.
—No es esta, y según me ha dicho Prefasi cuando me ha llamado tampoco es por la suya— dijo Raúl—. Ese tío se está riendo de nosotros.

Palacios, Carlos Gallego, Pedreño, Juan Salas, David García, acompañados por sus inseparables compañeros de clase de toda la vida estaban en el apartamento del Ahorcado. Palacios manipulaba el ordenador.
—Tiene que estar guardado por aquí— decía Palacios—. Si no, no hay manera. Buscad un disquete por ahí, a ver si estuviera el pasadizo planificado.
—Vamos allá— dijo Juan—. Si lo encontramos te avisamos.
Carlos Gallego miró en un armario.
—Qué montón de mierda hay aquí— dijo, sin contemplaciones. Y empezó a revolver toda la ropa, arrugándola y lanzándola al suelo de cualquier forma. El armario se quedó compo¡letamente vacío. Y allá, al fondo, vio una palanca en el armario. La apretó y la pared del armario se apartó silenciosamente. Y Palacios gritó.
—¡Lo encontré!— todos fueron rápidamente—. Hay un doble fondo en el armario. Me acabo de dar cuenta, estaba el disquete dentro del ordenador.
—Pero Palacios...— interrumpió Carlos.
—¡Calla, Gallego, hombre! No sabes lo bien que sienta el triunfo sobre un asqueroso cacharro, útil a fin de cuentas, pero gracias a él y al imbécil ese que no lleva sus disquetes consigo...
—¡¡PALACIOS!!— rugió Carlos.
—¿Qué leches quieres?— preguntó Palacios.
—No quiero ninguna leche. ¡Quiero decirte que ya he encontrado la entrada! ¡Cawen diez!
—Ah, claro, pues vamos, hombre, no os quedéis ahí— Juan empezó a caminar. Cuando iban a entrar por el armario, se encontraron con que Pally, Lucas y Sergio Gómez salían del túnel.
—¿Pero qué...?— exclamaron todos a la vez.
—¿Lo ves, Lucas? ¡Era el camino de la izquierda! ¡Payaso! ¡Eres el colmo!— exclamó Pally.
—¡Pero si yo te dije que no era este!— gritó Lucas, enfadado—. Además, sabe que el colegio queda justo para el otro lado.
—Vamos todos dentro, ¿vale? Y cogemos el otro camino, ¿de acuerdo?— intentó calmarles un poco Pedreño.

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