El CDM y El Ahorcado

Tuesday, June 27, 2006

5.
Un mito urbano y una realidad.

A las seis y media, en la comisaría de policía de Cartagena, se presentaba el CDM ante el inspector.
—Ya estamos aquí— dijo Javi—. ¿Qué pasa? No pensamos ir a Nueva York por lo de las Torres Gemelas.
—No, si no es eso— empezó el inspector—. Se trata de algo muy raro que ha venido pasando últimamente. Por esta ciudad hay un campo muy bonito, con sus arbolitos, y todo, ¿no?
—En efecto, en efecto— dijo Palacios.
—Pues bien, sobre ese campo existe una historia que os voy a contar ahora mismo— dijo el inspector.
—Mire, no hemos venido a escuchar cuentos chinos— dijo Lucas.
—Ya, pero aun así lo voy a contar. Sobre ese campo hay un mito (malísimo y muy barato, por cierto) sobre un hombre que fue ahorcado en el árbol del centro. Y desde entonces su espíritu vaga por ahí todo el santo día y se carga a cualquier pobre desgraciado que se atreva a poner un pie en el campo echándole una soga al cuello. Precioso y conmovedor—añadió, irónicamente.
—No esperará que me crea eso... No existen los fantasmas ni los espíritus— dijo Javi.
—Vamos a ver— empezó David—. Un tío que se muere no se levanta y empieza a andar por ahí matando gente.
—Ya. Entonces no me explico cómo un periodista iba a hacer un reportaje sobre la leyenda, fue al campo, no volvió, denunciaron su desparición, y mandé una patrulla para encontrar al hombre tirado en el suelo estrangulado con una cuerda. Se llamaba Jaime Domínguez y tenía 30 años.
—Y quiere que encontremos al tipo que ha hecho eso. Porque no va a ser el espíritu— apuntó Prefasi—. Los espíritus no andan por ahí cargándose al primero que pillan.
—Yo digo que vayamos a ver qué pasa— exclamó Palacios.
—Vale— dijo Juan—. Tú te vas y yo me voy a casa, y preparo la cena.
—Tú te vienes y punto— Palacios agarró a Juan del hombro cuando se estaba yendo ya—. Además, cocinas de pena.
—Id allí y buscad huellas. Ya sabéis. Esas marcas que se dejan con los pies...
—Gracias, Lucas— contestó Palacios, mirándolo fugazmente.
Palacios, Juan, Pedreño y David se dirigieron al lugar en cuestión. Una vez allí, buscaron indicios.
—Hay que ser un espabilado de primera para dejarse la cuerda tirada en el suelo— señaló Juan—. Tendrá huellas.
—No sabemos si el tío lo mató con unos guantes puestos—dijo Palacios.
—Inteligente deducción... propia de un policía novato. Esto fue la semana pasada. Entonces llovió. Seguramente debe haber alguna huella suya en el suelo... será fácil identificarla teniendo en cuenta que nadie ha pisado este campo desde entonces, muertos todos de miedo.
—Aquí hay una—dijo David—. Muy bonita, muy profunda. Lo menos, el tío ese gasta un cuarenta y ocho.
—Mmmh... queso tierno—Juan sacó una cámara de fotos y sacó la huella. Luego le tomó las medidas y calcó un dibujo, y cuando iban a volver, notaron pasos a su espalda. Se volvieron y vieron a un tipo con una máscara que estaba allí.
—Palacios, mira. El guerrero del antifaz— dijo Juan.
—Pasado de moda, como siempre. Ese disfraz es más falso que las pesetas hoy en día.
—Todavía pueden usarse, hasta marzo... mira, lleva una cuerda.
—Muy bien, quedas detenido por asesinato y me importa un huevo quién seas tú, tío falso— dijo Palacios.
No había terminado de decirlo cuando una soga lo cogió del cuello y empezó a darle tirones. Palacios cogió la cuerda, tiró de ella hacia sí mismo y el tipo de la máscara cayó de narices al suelo. Juan avanzó hacia él y le quitó la máscara.
—Dios mío... ¿el Pelopunk es el asesino?
Mientras los cuatro del CDM avanzaban hacia él, Felipe se lamentaba.
—¡Ya no funciona ni lo del mito...!

0 Comments:

Post a Comment

<< Home