El CDM y El Ahorcado

Tuesday, June 27, 2006

EL CDM Y EL AHORCADO.


Introducción.

—¡Ya estoy hasta las narices de unos cuantos!— vociferaba Javi entrando al compartimento secreto del local del club, seguido por todos los demás—. ¿Y esto es un club de detectives? ¡Más bien una pandilla de gamberros! ¡Eso es lo que somos! ¡O lo que dicen que somos! ¡Voy a hacer una remodelación de plantilla ya, en el acto!
—Pero si nosotros sólo le dimos una paliza al chorizo ese— intentó justificarse Felipe.
—Pedazo de idiota... ¿el chorizo ese, sabes quién era? ¡Era el Ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno! ¡Estáis todos despedidos! ¡Todos fuera! Y al que replique le meto un dardo somnífero por el ombligo.
Todos comenzaron a dar gritos de protesta, pero Javi, impasible, hizo que se fueran.
—Vaya forma de tratar a tus socios de club y compañeros de clase— gritó José B.
—¿Compañeros de clase? ¡Eso sí que no! ¿Sabéis qué? Que me he largado de ese apestoso colegio donde sólo hay gamberros. ¡Y eso es lo que sois la mayoría de vosotros! ¡Darle una paliza al ministro de exteriores...!
—Vuelve a decirme algo así y te doy un tortazo— amenazó Felipe.
—¿Te digo dónde me vas a dar el tortazo, eh? —preguntó Javi, lenta y amenazadoramente, acercándose a Felipe.
—¿Dónde?
—En mis cojones, Felipe. ¡En mis cojones me vas a meter un tortazo, imbécil! ¡Que te di hasta la foto del ministro, pedazo de melón! ¡Melones! ¡Sois todos unos gansos!
—¿Que me diste...? ¡Yo a ti te mato! —bramó Felipe, exasperado.
—Llévate cuidado conmigo, porque sé karate del bueno y lo sabéis todos muy bien— dijo Javi, lentamente y con tono amenazante. Felipe lanzó un puño hacia delante, pero Javi se apartó hacia la izquierda y con la pierna derecha le dio una patada en el estómago.
—Despedidos. ¡Todos! ¡YA!—bramó Javi cogiendo la pistola de dardos -somnífero y señalando la puerta. Todos se fueron jurando y maldiciendo cuando en ese instante entró Eugenio por la puerta.
—¿Pero qué han hecho estos? ¿Por qué los echas? ¡Vaya voces!—exclamó Eugenio, atónito, cerrando la puerta.
—¿Traes algo?— preguntó Javi.
—Pues sí, nuestro club lleva una temporada fatal. El presidente de nuestra urbanización de verano califica a unos que tú y yo nos sabemos como “Los Siete Magníficos”.
—¿Y eso?
—Pero tú te imaginas, hasta la una de la mañana dando voces en la calle, despertando a todo el mundo, tocando a las puertas de las habitaciones del hotel de enfrente... ¡a la una de la madrugada te digo!
—¡Expúlsalos!— exclamó Javi—. A los siete magníficos. ¡O los siete gamberros! ¡Vaya racha llevamos! ¡Esto se va a la porra! Tenemos más moral que el Alcoyano para soportar esto, ¿eh?
Unos golpes sonaron en la puerta. Javi abrió y el presidente de la comunidad Hawaii 6 entró.
—¡Javi, lo de vuestro club es muy serio!— gritó.
—¿Qué han hecho ahora los burros esos?— preguntó Javi, desesperado.
—¡¿Que qué han hecho?! ¡AYER A LAS DOS Y MEDIA DE LA MAÑANA SE PUSIERON A TOCAR A TODOS LOS TIMBRES DE LA URBANIZACIÓN Y EN ESPECIAL AL MÍO!— bramó el presidente de la urbanización Hawaii 6.
—Dios mío, lo nuestro es un caso muy seriooooo... —canturreó Javi—. Ah, míralos... vienen por ahí.
—Hola, Javi— uno de los susodichos, José Angel, entró.
—¡Hasta luego, tío listo! ¡DESPEDIDOS TODOS!— bramó Javi—. ¿Hasta qué punto se puede llegar a hacer el gamberro? ¡Hasta las dos y media de la mañana! ¿Eh? ¡Os ha costado vuestra permanencia en el club!
—Tiene que ser un error...— dijo José Angel.
—De error nada— intervino Eugenio—. Si hacéis el gamberro, lo hacéis, y punto, no hay más que decir.
—Los siete magníficos. O más bien los Siete Gamberros— dijo el presidente de la urbanización—. El verano que viene no quiero nada de esto, ¿está claro?
—Y si hacéis algo puedo hacer algo, valga la redundancia, que os dolerá mucho. Tiraros a la cabeza esta lámpara que está encima de la mesa, que está rota y no vale para nada— dijo Javi.
—Vaya una mierda— dijo otro de ellos, saliendo.
—Y el vocabulario tampoco está mal, no— exclamó Javi—. Venga, fuera, no quiero que este doloroso momento para vosotros se prolongue aún más. No quiero veros hasta el verano que viene. Sólo tenéis que andar escondidos hasta pasado mañana que me largo de aquí...
Javi cerró la puerta. Miró a Eugenio, que no dijo nada. Ambos sabían que el club había quedado completamente destrozado...

1.
Nuevo colegio, nuevo club y nuevo nombre. El asalto.

Once de Septiembre de 2001. Mismo día en que las Torres Gemelas de Nueva York fueron derribadas en un atentado terrorista. Mismo día en que comenzó el colegio para Javi, que se había ido al Colegio Marista Sagrada Familia de Cartagena. Primer día, recogida de libros, presentación, todo muy bonito. A las once de la mañana, cuando todos iban a salir de la clase, se oyó sonar el móvil de Javi. Toda la clase se quedó mirando, extrañada.
—Javi. Ah, dime... ¿qué? ¡Voy para allá ahora mismo! ¡Retenlos ahí!
Bajó corriendo, esquivando a todo el mundo, ante las miradas de todo el mundo. Lógicamente, todos pensaban que aquel tipo estaba loco. Javi llegó rápidamente al local del club y vio a su amigo José Antonio intentando retener a varios de los ex-miembros del club.
—Javi, vamos a matarte— dijo Felipe, levantando el puño. Javi saltó a una mesa esquivando el puñetazo y José Antonio hizo otro tanto. Desde ahí dio una patada espectacular a Felipe. Javi hizo lo mismo con otro más. Quedaba en pie Antonio Sánchez, que recibió también lo suyo.
—Ay, tramposos. ¡Dos contra uno!— protestó.
—Tres contra dos, diría yo— se enfureció José Antonio—. Media hora apuntándoles con la pistola de dardos para que no dieran un paso...
Al día siguiente, en el colegio, los de la clase de Javi, 4º D, preguntaron qué pasaba el día anterior.
—Nada, una llamada urgente de un amigo mío que estaba colaborando en el club...
—¿Club?
—Sí, club de detectives. Hasta ahora éramos el CFT, Club de la Fantasía. Decidimos llamarle así porque las cosas que hacíamos eran “Una realidad para nosotros y una fantasía para otros”... Hemos resuelto casos que ni la policía, pero ahora esto se ha ido a la porra.
—¿Y podríamos entrar en ese club?— preguntó uno llamado Raúl.
—Por supuesto...— afirmó Javi—. Estoy esperando un pequeño ataque por parte de mis ex-compañeros, así que supongo que seréis bienvenidos. Dadme vuestros nombres...
Empezó a apuntar gente. Al poco tiempo tuvo una lista que repasó.
—Raúl, Dani, Jorge, Lucas, Juan Antonio (más conocido por Pedreño), Pedro Prefasi, Pedro Rubio, ¿Pally...? Ah, Pablo, vale... Sergio, Alejandro (llamado Palacios), Juan Salas, David... bueno, creo que somos suficientes. Eso sí, esto es algo serio, no quiero tonterías como con los otros.
—Muy bien— lanzó Pally—. ¿Cuándo empezamos?
—Hay que organizar un centro de reuniones— dijo Javi—. Creo que guardé algo por ahí de otros casos... unos cien mil euros, que si formamos cuatro comandos... veinticinco mil por grupo. Y hay que elegir nombre, ¿qué tal Club de Detectives de Maristas?
—Club de Detectives de Maristas, abreviado CDM— dijo Palacios—. Me gusta...
En ese instante sonó el móvil de Javi y su música estridente paralizó a todos. Javi contestó.
—¿Sí? Ah... vale, ya mando a alguien. ¿Que a quién? Tú espera y verás...— colgó y se dirigió a sus nuevos compañeros—. Hay alguien atracando el banco, ahora está en comisaría. ¿Vamos?
—Vamos, vamos— dijo Lucas.
Al poco tiempo estaban allí y cuando entraron... ¡sorpresa!
—¿A que no esperabas vernos aquí?— preguntó Felipe.
—No, no lo esperaba— dijo Javi—. ¿Quién quiere pegarle?
Prácticamente la mitad de lo que fue el Club de la Fantasía, CFT, estaba allí, pero eran muy pocos comparados con los que formaban ahora el CDM.
—¿Quiénes son todos estos?— preguntó Joaquín, el antiguo vicepresi- dente y buen amigo de Javi.
—El nuevo club— contestó Pally—. Y si queréis palos decidlo ya.
—Eso, ¡porque si no, os matamos ahora!— Lucas se adelantó cómicamente haciendo un aspaviento.
—Tú cállate, tío listo, que eres un tío listo— dijo Pally—. Tú debes ser Felipe, el Pelopunk, el tío del peo en punta tan ridículo...
Felipe lanzó el puño, pero en ese instante el comisario le dio una patada en el trasero, tumbándole. Le echó una bronca tremenda por haber armado aquel desmadre en la comisaría y les dijo a los antiguos socios que no quería verlos aparecer más por allí, que después del caso del ministro no valían para nada. Felipe ordenó la retirada (parecía haber tomado el mando) y lanzó unas amenazantes palabras para el nuevo CDM:
—Os lo digo: el CFT, original, único, somos nosotros. Y añado algo. ¡Esto significa la guerra!

2
Nuevos y antiguos comandos.

Sucedió muy rápido. En menos que cantaba un gallo se formaron grupos que quedaron con varias personas cada uno. Uno lo formaron Palacios, Juan, David y Pedreño; otro, Prefasi, Lucas, Sergio y Pally; otro formado por Pedro Rubio, Raúl, Dani, Jorge y Javi.
Los nuevos comandos del CDM estaban preparados, pero el grupo formado por Felipe planeaba una ofensiva aquel jueves por la tarde, día muy lluvioso por aquello de la gota fría.
—Bien— decía Felipe, con su grupo reunido—. El asalto lo llevaremos a cabo con una organización cuidadosamente diseñada por mí.
—¿Y esto es...?— preguntaba Joaquín, convencido de que se arrepentirían de atacarles.
—¡Callaos!— bramó Felipe, con voz de mando y de general del Ejército de Tierra—. Aquí se hace lo que yo mande, ¿está claro? Iremos organizados a Cartagena, buscamos el local nuevo y le prendemos fuego.
—Tú estás muy mal con eso del fuego— Joaquín movió la cabeza.
—¿Y cómo es organizados, exactamente?— preguntó Alfonso.
—Todos en tropel y a lo bestia— contestó Felipe.
—Sin jefe de operaciones no hacemos nada— decía Antonio—. Esto va a ser un desastre, los niños pijos esos seguro que están más organizados que nosotros.

El CDM ultimaba detalles en su local principal, abierto justo delante del Conservatorio Profesional de Música.
—Esto es magnífico— decía Javi, viendo las instalaciones hechas—. Sala de control, sala de informática, ¡radares! Esto parece una central de la Guardia Civil.
—Supervisados en persona por el Ministro de Interior— dijo Lucas—. Más una sala de conciertos con piano de cola para dar conciertos.
—¿Un piano? ¿Tú sabes lo que puede costarte eso?— preguntó Javi.
—Perfectamente...
—¿Eres pianista?
—Sí... tuve un profesor... Santiago...— recordó Lucas.
—Justamente el mismo que me da clase a mí— exclamó Javi.
En ese instante entraron Juan Salas y Palacios.
—Vaya habitacioncita— empezó Juan—. Es psicodélico.
—Tú sí que eres psicodélico— contestó Pally, entrando justo después.
—¡Y VOSOTROS SOIS UNOS SUBNORMALES!— una voz se oyó fuera. Poco después, la puerta principal salía volando hacia dentro del local.

3.
Primer asalto.

—¿Quiénes son estos payasos?— preguntó Palacios.
—Pues ya se ve. El circo ha llegado— dijo Lucas, enfadado—. ¡Ya os estáis largando!
En ese instante apareció Felipe detrás de todo el grupo con una escopeta enorme, y poniéndose al frente, encañonando a Javi, dijo con su característico y florido lenguaje:
—¡Abajo el CDM! ¡Arriba nosotros! ¡Que se muera Javi y todos estos guarros que van con él!
—¿Nos has llamado “guarros”?— preguntó Palacios, amenazante, plantándose delante de Felipe, que tuvo que mirar hacia arriba para verle bien la cara.
—Felipe— dijo Javi, impasible a pesar del cañón—, esa es la escopeta que utilizaba mi abuelo hace sesenta años para cazar los cerdos. Y está descargada desde hace medio siglo por lo menos. No hay balas de ese tipo, Pelopunk.
—¿Ah, no? ¿Y cómo sabes tú eso?— preguntó Felipe—. ¡Mira, mira qué bien cargada está!— apuntó al techo, disparó e hizo un boquete enorme. Momento que aprovechó Javi para lanzar el pie hacia delante de frente y tirar a Felipe de espaldas contra el que tenía detrás. En ese momento llegó Prefasi, que vio el escándalo en directo. Javi disparaba dardos tranquilizantes a diestro y siniestro, Palacios había cogido a uno y lo había lanzado contra otros tres, Juan repartía a más no poder, y Lucas se había subido a una mesa y se había lanzado en picado con el pie por delante llevándose a Alfonso y a Antonio por delante.
—¿Qué pasa aquí?— preguntó Prefasi, atónito. Felipe se le encaró amenazante, pero notó un golpecito de un dedo en el hombro derecho. Se volvió para ver quién era, y...
—Hola, Pelopunk— dijo Lucas, dándole un mamporro que lo lanzó contra el suelo.
Los antiguos socios, que eran prácticamente un grupo de 20, se habían lanzado todos a la pelea, excepto Joaquín, que disimuladamente se había largado. Pasado un rato Felipe ordenó la retirada y él y los suyos salieron corriendo por la puerta.
—Va a hacer falta más que una ducha fría para librarse de esos idiotas— sentenció Lucas. Todos asintieron.
—Y encima la puerta tirada en el suelo...— señaló Palacios.

4.
Una invasión en masa.

Lunes. Nueve de la mañana. Física.
Lunes. Diez de la mañana. Tecnología.
Lunes. Once de la mañana. Recreo.
Pero no un recreo cualquiera. Aquel día no iba a ser tan tranquilo como se preveía en un principio; era precisamente el día de las fiestas del pueblo de Javi, por lo que los antiguos miembros del club no tenían clase, mientras que el nuevo CDM sí. Y no un recreo cualquiera por algo más: destacados miembros del CFT fueron a Cartagena en un autobús magnífico, en el que se subieron a punta de pistola y sin pagar billete. En la parada más cercana al colegio marista “Sagrada Familia” se bajaron. Entraron al colegio avasallando y llevándose por delante a todo el que pillaban. Estando en el patio de recreo, se llevaron por delante a don Constancio, el profesor de Lengua, el cual, muy enfadado, les paró los pies y les dijo:
—¿Es que vosotros no sabéis hacer más que el gamberro? Os invito a iros de aquí inmediatamente, ya. Ahora - mismo— recalcó.
—¿Y tú nos vas a decir que nos vayamos?— preguntó Felipe—. ¡Anda y vete a freír espárragos!
Precisamente Javi, Dani, Jorge, Raúl y Pedro Rubio pasaban por allí y les vieron: Felipe, José Balanza, Alfonso y Antonio plantando cara a Constancio.
—¿Qué voy a hacer con esta tropa de degenerados?— preguntaba Javi.
—Nada, viene por ahí el profesor Murillo— contestó Dani.
Don Luis Murillo era el jefe de estudios, recientemente elegido a principios de aquel año. Tenía un genio impresionante y llevaba a todos más tiesos que la mojama. Vio a la compañía de Felipe allí y se plantó frente a ellos, gritándoles de una forma que daba espanto. Pero ellos seguían riéndose. De pronto Felipe oyó una voz.
—¡Pelopunk, te vas a caer con todo el equipo! ¡Panda de idiotas!— era Javi, que los había visto, como ya hemos comentado. Y estimados lectores, no podéis imaginar qué hizo Felipe: dio un empujón a don Constancio, y lo tiró encima de don Luis Murillo, el cual cayó encima de don Felipe Faura, profesor de Educación Física que pasaba por allí en ese mismo momento. Felipe se encaró a Javi y se puso muy cerca de él.
—Ahora me vas a decir a la cara todo eso, pedazo de gusano, misántropo, pedazo de asco, birria de presidente del falso CDM...
Javi soltó la rodilla hacia arriba, alcanzando a Felipe en un sitio donde suele doler; acto seguido soltó el pie hacia delante, luego el otro pie, luego giró sobre sí mismo y soltó otra patada más, de espaldas. Alfonso corrió hacia Javi con el puño en alto, pero este se apartó justo a tiempo y le puso la zancadilla. Alfonso tropezó, cayó hacia delante donde estaba Pedro Rubio, que lo cogió y lo lanzó hacia delante, con tan mala suerte que Alejandro del Palacio pasaba por allí en ese preciso instante y recibió un cabezazo de Alfonso en el estómago. Palacios cogió a Alfonso y lo tiró a un contenedor de basura, toda la acción desde la primera patada de Javi en menos de doce segundos. De pronto el móvil de Javi sonó. Era el inspector de policía que decía que esa misma tarde les quería ver a las seis y media en la comisaría para presentarles su primer caso importante. Sin Felipe, desde luego.

5.
Un mito urbano y una realidad.

A las seis y media, en la comisaría de policía de Cartagena, se presentaba el CDM ante el inspector.
—Ya estamos aquí— dijo Javi—. ¿Qué pasa? No pensamos ir a Nueva York por lo de las Torres Gemelas.
—No, si no es eso— empezó el inspector—. Se trata de algo muy raro que ha venido pasando últimamente. Por esta ciudad hay un campo muy bonito, con sus arbolitos, y todo, ¿no?
—En efecto, en efecto— dijo Palacios.
—Pues bien, sobre ese campo existe una historia que os voy a contar ahora mismo— dijo el inspector.
—Mire, no hemos venido a escuchar cuentos chinos— dijo Lucas.
—Ya, pero aun así lo voy a contar. Sobre ese campo hay un mito (malísimo y muy barato, por cierto) sobre un hombre que fue ahorcado en el árbol del centro. Y desde entonces su espíritu vaga por ahí todo el santo día y se carga a cualquier pobre desgraciado que se atreva a poner un pie en el campo echándole una soga al cuello. Precioso y conmovedor—añadió, irónicamente.
—No esperará que me crea eso... No existen los fantasmas ni los espíritus— dijo Javi.
—Vamos a ver— empezó David—. Un tío que se muere no se levanta y empieza a andar por ahí matando gente.
—Ya. Entonces no me explico cómo un periodista iba a hacer un reportaje sobre la leyenda, fue al campo, no volvió, denunciaron su desparición, y mandé una patrulla para encontrar al hombre tirado en el suelo estrangulado con una cuerda. Se llamaba Jaime Domínguez y tenía 30 años.
—Y quiere que encontremos al tipo que ha hecho eso. Porque no va a ser el espíritu— apuntó Prefasi—. Los espíritus no andan por ahí cargándose al primero que pillan.
—Yo digo que vayamos a ver qué pasa— exclamó Palacios.
—Vale— dijo Juan—. Tú te vas y yo me voy a casa, y preparo la cena.
—Tú te vienes y punto— Palacios agarró a Juan del hombro cuando se estaba yendo ya—. Además, cocinas de pena.
—Id allí y buscad huellas. Ya sabéis. Esas marcas que se dejan con los pies...
—Gracias, Lucas— contestó Palacios, mirándolo fugazmente.
Palacios, Juan, Pedreño y David se dirigieron al lugar en cuestión. Una vez allí, buscaron indicios.
—Hay que ser un espabilado de primera para dejarse la cuerda tirada en el suelo— señaló Juan—. Tendrá huellas.
—No sabemos si el tío lo mató con unos guantes puestos—dijo Palacios.
—Inteligente deducción... propia de un policía novato. Esto fue la semana pasada. Entonces llovió. Seguramente debe haber alguna huella suya en el suelo... será fácil identificarla teniendo en cuenta que nadie ha pisado este campo desde entonces, muertos todos de miedo.
—Aquí hay una—dijo David—. Muy bonita, muy profunda. Lo menos, el tío ese gasta un cuarenta y ocho.
—Mmmh... queso tierno—Juan sacó una cámara de fotos y sacó la huella. Luego le tomó las medidas y calcó un dibujo, y cuando iban a volver, notaron pasos a su espalda. Se volvieron y vieron a un tipo con una máscara que estaba allí.
—Palacios, mira. El guerrero del antifaz— dijo Juan.
—Pasado de moda, como siempre. Ese disfraz es más falso que las pesetas hoy en día.
—Todavía pueden usarse, hasta marzo... mira, lleva una cuerda.
—Muy bien, quedas detenido por asesinato y me importa un huevo quién seas tú, tío falso— dijo Palacios.
No había terminado de decirlo cuando una soga lo cogió del cuello y empezó a darle tirones. Palacios cogió la cuerda, tiró de ella hacia sí mismo y el tipo de la máscara cayó de narices al suelo. Juan avanzó hacia él y le quitó la máscara.
—Dios mío... ¿el Pelopunk es el asesino?
Mientras los cuatro del CDM avanzaban hacia él, Felipe se lamentaba.
—¡Ya no funciona ni lo del mito...!

6.
Búsqueda infructuosa.

Jorge había conseguido una lista con las posibles direcciones en las que podía encontrarse el tipo de la soga. Todas las casas estaban ocupadas, pero habían comprobado que en ninguna de ellas su dueño tuviera antecedentes.
—Si hubiera habido algún testigo en la zona S (de Soga), ahora podríamos haber descubierto a ese tío—dijo Dani.
—Pero lo más posible es que si hubiera habido algún testigo, ese tío lo amenazara— apuntó Jorge. De pronto entró por la puerta un hombre con cara asustada que apenas podía tenerse en pie, blanco como el papel, diríase que víctima de un susto terrible.
—¡Se... lo... han... cargado! ¡Con una soga al cuello! Íbamos a hacer un negocio redondo, pero lo han matado! ¡Pobre Andrés!
—Ay, madre—dijo Raúl—. ¿No le han visto la cara?
—¿Cómo le iba a ver la cara? Llevaba una máscara puesta.
—¿Cómo dice que se llama la vícitima?— indagó Jorge.
—Andrés Sánchez...
—Bien, vamos a ir al apartamento del maldito loco que hace estas barbaridades— determinó Raúl—. Dice usted que con una soga al cuello...
—Le ha colgado de un árbol—dijo el hombre.
—Dios mío, esto es la Edad de Piedra...— murmuró Raúl—. Voy a llamar al inspector, que envíe a un equipo de huellas, a ver si encontraran algo. Veremos si coinciden con las del apartamento que vamos a registrar. Cuando todo esté listo venimos de nuevo. Qué forma de terminar el año.
El grupo se dirigió al apartamento. Parecía estar completamente vacío, y en la puerta de entrada había dos matones, gordos, con tatuajes hasta en las orejas, barba larga y espesa, pendientes en las orejas (y alguno en la nariz) y unos modales y formas tremendamente malos. La típica forma del macarra europeo (y también americano).
—Buenas tardes, buena gente—dijo Raúl cuando llegaron.
Se dispusieron a entrar, pero les cortaron el paso.
—Aquí no se pasa— dijo uno de los gordos.
—¿Quién lo dice?— inquirió Dani, molesto—. ¿Los guardianes de la Piedra Filosofal? ¿Del tesoro del barco hundido en Indonesia? ¿Soldados modernos de Napoleón Bonaparte?
—Yo y el jefe—dijo el mismo tipo.
—Como se suele decir: “Yo y el otro. El burro delante para que no espante"— se mofó Jorge.
—Voy a llamar a todos los demás— dijo Raúl, marcando en su móvil. Al poco tiempo llegó Javi, y el grupo encabezado por Palacios, y el de Prefasi, mientras Dani y Jorge mantenían entretenidos a los dos matones. Javi murmuró a Palacios y a Prefasi unas palabras, les miró y Palacios gritó:
—Buenas tardes. ¿Qué pasa?— y ya entró en escena Javi, con una voz muy alta, casi un grito, que oyeron los gordos.
—¡Pues que estos gordinflones imbéciles no nos dejan pasar a registrar un apartamento sólo porque a ellos se les ha puesto de las narices!— y Palacios contestó de la misma manera.
—¡Aaaah, unos gordinflones, imbéciles y macarras! ¡Sí, tienen pinta de haberse comido media tonelada de hamburguesas! ¡Pura grasa de cerdo! ¡Y no precisamente la han sacado de ellos!— Prefasi continuó el juego.
—Efectivamente, ¡y encima con pendientes! ¿Vosotros habéis visto alguna vez a una mujer con bigote? ¡Personalmente, yo no! ¿Ha’ vi’to a Paco, tú? ¡Conozco un restaurante buenísimo, donde coger kilos por cinco euros es la especialidad de la casa! ¡Seguro que os hacían un descuento y todo, sí...!
Finalmente, los gordos se adelantaron hacia los tres.
—¿Nos estáis insultando, enanos?
Palacios agachó la cabeza: era mucho más corpulento que los otros dos, que eran incluso unos centímetros más bajos que Javi y Prefasi.
—¿Les estamos insultando, vosotros?— preguntó Javi, mirando a Palacios y a Prefasi. Una mirada significativa hizo que los tres gritaran al mismo tiempo:
—¡Sí!
Y los gordos se lanzaron sobre Javi, Prefasi y Palacios, que los despacharon en menos de cinco minutos, y el CDM pudo pasar a registrar la casa tranquilamente.

7.
El billete de lotería.

Tras subir al apartamento y abrir la puerta, vieron una nota dirigida al CDM. Lucas la cogió y la leyó en voz alta.

A la antención del CDM: como sé que vais a terminar por encontrar mi apartamento, quiero que sepáis que nunca me encontraréis a mí. Si buscáis con atención, puede que encontréis un papel por algún sitio. Lleva un número, el 02002. El año que está a punto de comenzar. El sorteo de esta noche va a ser decisivo. El que tenga un billete de lotería que contenga ese número, está en serio peligro, pero sólo lo estará si toca en el sorteo. Le tocarán cien mil euros... y algo más que no voy a decir aquí.
Os saluda atentamente, El Ahorcado.
PD. Feliz Navidad, si es que podéis pasarla así.

—¿Lleva alguien ese número?— preguntó Lucas.
—Lo llevo yo— dijo Javi.
—Tranquilo— repuso Pally—. Que salga ese número es demasiada casualidad. Tres ceros y dos doses...
—Si no es eso, es sobre cómo ha averiguado que tengo ese número. Va a por nosotros. No sé por qué. Hay que andar con pies de plomo, ¿vale? Esta noche veremos el sorteo. Espero que no salga ese número.
Por la noche, en el colegio Maristas, estaban todos dispuestos para ver el sorteo. Don José Pedro, el profesor de Física y Química, que estaba allí para recoger unos apuntes, se sorprendió al ver al grupo de 4º D casi en pleno, y un par de alumnos de 4º C.
—¿Qué pasa?— preguntó.
—Un mal presagio— contestó Javi.
Comenzó el sorteo. El primero número fue el 0. Luego, salió el 2. El tercero y el cuarto fueron ceros. Y luego salió un dos otra vez.
—Dios mío, ¡es mi número!—se quejó Javi—. ¿Cómo habrá salido?
—O sea, que te toca el número y te quejas— se rió don José Pedro.
—Pero es que usted no lo entiende, profesor. Esto es un presagio. Un mal presgio de que va a suceder algo muy pronto. Y todo el colegio puede estar en peligro, profesores, alumnos y todo el personal.
—Pero te han tocado cien mil euros— insistió don José Pedro.
—El dinero no importa. Es mejor no tener un duro en vez de que te mate un chiflado que va por ahí colgando a la gente de los árboles.
—¿Colgando a la gente? ¿Te refieres al Ahorcado?
—Ha oído hablar de él, ¿eh?— preguntó Lucas.
—Pues claro— contestó el profesor—. Todo el mundo ha oído hablar de ese que está llevándonos a todos al caos absoluto. Se basa en un mito urbano de estos modernos para que nos asustemos. De hecho, cuando ha habido dos víctimas lo ha conseguido.

8.
Amenaza directa.

En la siguiente semana hubo dos víctimas más. Una tarde, sobre las cuatrro y media Pally propuso tomar nota de todas las víctimas del Ahorcado por si tenían algo en común.
—Recapitulemos— dijo Pally—. El primero se llamaba Jaime Domínguez, si mal no recuerdo— lo anotó en una pizarra—. El segundo...
—Andrés Sánchez— dijo Lucas.
—Ya lo sé, tío listo— le contestó Pally—. Y estas dos últimas víctimas se llamaban Victoria e Inés Martín, hermanas. Y estoy viendo algo que me da muy, muy mala espina...— añadió, lentamente, mirando el papel.
—¿El qué?— preguntó Sergio.
—Es definitivo. Viene a por nosotros. Primero el número de la lotería, y ahora esto...
—¡Joder, Pally!— exclamó Lucas—. ¡Dilo ya!
—Fíjate en las primeras letras de cada nombre: Jaime, Andrés, Victoria, Inés. J-A-V-I. Aparte de que los nombres riman y todo. Es increíble. Este tío es mortal. Voy a llamar a Javi para decirle que venga inmediatamente.
—Esto es realmente patético. Quieren colgar a Javi de un árbol de quince metros. Qué tío más desgraciado, Dios mío— murmuraba Lucas—. Y después lo intentará con todos nosotros, ¡iremos cayendo uno tras otro como moscas!
—Ya estás muerto de miedo—dijo Pally—. Eres tonto. Así de claro. Javi nos dijo que habían conseguido atrapar a más tíos que nadie— marcó el número de Javi y éste contestó. Pally le dijo que fuera, que era importante.
Javi salió aquella tarde de hacer un examen de recuperación de Matemáticas, que más tarde estaría aprobado. Cuando salió del colegio y se dirigió hacia el local del CDM, notó una soga que le cogía del cuello, lanzada por lo menos a diez metros de allí.
—¡AAAH, NO, A MÍ NO ME MATA NA-DIE!— bramó Javi, pegando un tirón a la soga. Un tipo con máscara pegó otro tirón a la soga. Javi se dirigió corriendo hacia el tipo aquel para que la cuerda no le hiciera presión y acabara por estrangularlo. El tipo echó a correr hacia su coche para que Javi no lo alcanzara y así poder cumplir su cometido. Pero Javi corría más, y cuando estuvo a una distancia aceptable, pegó un salto y alcanzó al tipo en el pecho con el pie, justo cuando iba a abrir la puerta del coche. El tipo se quedó tumbado en el suelo. Javi cogió la cuerda y se la llevó consigo. En ese momento el tipo se incorporó, se montó en su coche y salió de allí a toda velocidad sin que Javi pudiera hacer nada. Rápidamente, Javi se dirigió al local del CDM, donde esperaban Pally, Lucas y Sergio.
*** *** *** *** *** ***
—¿Te ha atacado ya ese miserable?— exclamó Lucas.
—Pues sí. Intentó atarme con esta cuerda. Vamos a la comisaría ya. El inspector tendrá las huellas dactilares de la otra cuerda que estranguló a la segunda víctima. Qué tío más pillo, el Ahorcado. Las inciales de las víctimas formando mi nombre...
Cuando llegaron a la comisaría de policía no sacaron nada en claro. El inspector les dijo que no había huellas dactilares en ninguna cuerda. Sólo las de Javi porque la había tocado, según explicó.
—Es rarísimo— habló Lucas—. No hay nada, ¡nada, nada en ninguna parte!
—Hoy ese tipo iba vestido con una chaqueta roja, camisa blanca y pantalón rojo— dijo Javi—. Poco llamativo— añadió, irónico—. Podemos intentar encontrarle hoy. Lo que no sé es dónde, como no haya ido a su casa.
—Somos muchos en el club— dijo Pally. Si cada uno va por un sitio, podemos encontrarle.
—Bueno, vale... llama a la gente—aceptó Javi, mirando a lucas y Sergio, que asentían con la cabeza.
Cada uno fue por un sitio distinto, y nadie vio nada, porque el encapuchado estuvo siguiendo a Javi todo el rato desde que partieron del colegio. El CDM había acordado reunirse allí a las ocho de la tarde. Pero pasó algo...

9.
Culpable sin causa.

Javi partió el solo en dirección hacia el conservatorio de música. El Ahorcado le siguió a una distiancia prudente. Y cuando Javi estaba más distraído, el que le seguía lanzó una soga al cuello a la primera persona que vio. Los gritos de ayuda, en plena tarde, no se hicieron esperar. Javi corrió hacia el hombre, medio asfixiado, y se lanzó sobre el Ahorcado, pero éste se apartó y consiguió darle un golpe a Javi en la cabeza, dejándole sin sentido. Le puso la máscara y llamó a la policía, que se personó en el sitio rápidamente.
—¡Lo tengo!— se dirigió al inspector directamente—. ¡Intentó matarle con una soga al cuello!— en la cara de ese tipo se reflejaba un terror y un miedo inexistente.
—Quitadle la máscara— ordenó el inspector. Se la quitaron, y todos se quedaron asombrados—. No puede ser. Debo estar soñando. ¡Javi!
—¿Qué narices pasa?— Javi despertó levemente de su sopor. Todo le daba vueltas.
—No nos esperábamos esto de ti. Tú eras el asesino— dijo el inspector.
—¿Yo? ¡Ja, ja! Me han contando chistes malos, pero ese ha sido el peor de todos. ¡Yo, el asesino de la soga!
—Estás detenido— dijo el inspector.
—No, no estoy detenido. Esto es un error— se justificaba Javi—. Él me atacó. Me estaba siguiendo.
—¿Qué?— gritó el Ahorcado—. ¡Yo soy un buen ciudadano! ¡Estabas a punto de cargarte a este pobre hombre! ¡Eh! ¡Despierte!
El hombre se incorporó, con un tremendo dolor de cuello. El farsante prosiguió:
—¿Llevaba el que le atacó una máscara?
—S... sí..— balbuceó el hombre, sin poder apenas articular palabra—. Vi... vi a un tt... tipo c... con una másc... máscara... q... que m... me tiró una s... soga al cue... cuello...
—¿Lo ves? ¡Y yo me creía que eras buena persona, Gómez!— señaló a Javi con el dedo—. Club de detectives. ¡Bah, para encubrirse solamente!
—¿Y el billete de lotería? ¿Mi nombre con las iniciales de las víctimas? ¿Y tú, que me atacaste?— preguntó Javi, indignado, y esposado por la policía.
—Pudo ser alguno de tu club para encubrirte— continuó el Ahorcado.
—Espero que no me visites en la cárcel— dijo Javi—. Mendua paliza te vas a llevar. Ándate con ojo, porque al final te cogeré. Me has quitado de en medio, pero quedan mucho más con los que no podrás.
—Menos cuentos chinos, Gómez. Que tengas feliz Navidad— se despidió el Ahorcado.
Una vez en la comisaría, Javi vio que la cuerda de la víctima sólo tenía sus propias huellas dactilares. Sin creérselo, preguntó:
—Puedo hacer una llamada, ¿verdad?
—Por supuesto— dijo el inspector.
A la llamada contestó Jorge.
—¿Que estás en la cárcel?
—Sí. Se creen que soy el maldito asesino. Y hay que probar que no lo soy. Tenéis que atraerlo hacia aquí como sea, tengo una idea.
Mientras tanto, Lucas iba por la calle. Esperaba tener suerte para encontrar al Ahorcado, pues tenía un plan. Y la tuvo. Cuando encontró al Ahorcado, todo salió como Lucas había previsto. Naturalmente, el Ahorcado tenía puesta su máscara, de las que tenía docenas iguales. Siguió a Lucas, que ya se había percatado de su presencia. Lucas caminó hasta una calle desierta, en la que sólo había un aparcamiento vacío y una señal que indicaba el camino al centro de la ciudad. En ese instante el Ahorcado, viendo que no había testigos por ningún lado, cogió a Lucas, lo amarró, y sacando una sierra de metal que había robado en una tienda, cortó la señal por la mitad. El resto fue simple: dejó la sierra a los pies de Lucas, le puso la máscara y entonces el propietario de la tienda llegó allí corriendo para ver al tipo de la máscara atado con la sierra a sus pies. El plan había salido redondo. Cuando llegó el inspector a la zona, se llevó a Lucas a la comisaría y lo mandó a la misma celda donde estaba Javi. Ahora sólo les quedaba esperar la visita del Ahorcado para ejecutar su plan.

10.
Planes, huidas y escondites.

—¿Dónde estará Prefasi?— preguntaba Javi—. Me pregunto cuándo narices conseguirá que ese idiota del Ahorcado venga aquí...
—No te entiendo—dijo Lucas.
—Pretendo que el Ahorcado se delate a sí mismo— explicó Javi—. Tengo una grabadora escondida que servirá para gabar todo lo que nos diga ese mastuerzo del Ahorcado.
En ese momento llegó el inspector anunciando una visita. Pero no era el Ahorcado. ¡Era Felipe!
—¡El criminal más buscado! ¡Viva el CFT!— exclamó Felipe.
—¿Qué quieres?— preguntó Lucas.
—Reírme de vosotros un rato. Queréis coger al chorizo y el chorizo os coge a vosotros.
—Por lo menos no cojo a personalidades importantes. Ministros, y gente de esa clase— dijo Javi en un tono irónico.
En ese instante llegó Prefasi, con el Ahorcado. Éste miró la celda, miró a Javi, miró a Lucas y miró a Prefasi. Éste se fue para esperarlo a la salida. Javi conectó la grabadora disimuladamente. Felipe miraba interesado todo aquello. El mismo tipo que había conseguido que los metieran en la cárcel.
—Muy bien— dijo Felipe—. ¡Estás detenido!
—Yo, no— contestó el Ahorcado—. Ellos, sí. Ahora puedo hacer todo lo que tenía planeado. Un club de detectives. Ya veo. Incapaces de convencer al inspector de que yo soy el malo de la película. Los que vais a parar a la cárcel sois vosotros.
—Pero— contestó Lucas— nosotros somos mucho mejores que ése— señaló a Felipe—. Veo que Prefasi te ha acompañado. ¿Cómo has entrado?
—Me quité la máscara y entré. El muy imbécil del comisario ni se dio cuenta. Los policías me reconocieron como el buen ciudadano que había cogido al Ahorcado con las manos en la masa y no en una panadería precisamente. Y ahora me he vuelto a poner la máscara. Y me encuentro con tu gran amigo Felipe Hermosilla, que no es hermosillo precisamente.
—Será por el peinado— murmuró Lucas.
—¡HE DICHO QUE ESTÁS DETENIDO!— bramó Felipe.
—¡Cállate!— gritó Javi—. Ya está, voy a llamar a Prefasi...
Llamó, y cuando Prefasi contestó, Javi le dijo que detuviera al Ahorcado.
—Pero eso es imposible— dijo el asesino—. Yo soy el bueno, vosotros sois malos.
—Ya—dijo Javi—. Pero mira tú, qué grabación he sacado de por ahí...
Javi sacó la grabadora ante el horror del Ahorcado, que se vio atrapado sin remedio. Salió corriendo con la máscara puesta. El inspector le vio salir corriendo y en la salida estaba Prefasi esperándole. Le dio tal bofetón que le sentó en el suelo. El inspector corrió a ver a Lucas y a Javi. Éstos pusieron la grabación. De inmediato el inspector les dejó salir y los dos se fueron corriendo hacia fuera.
—¡Te voy a dar una paliza!— gritaba Prefasi.
—Y yo voy a retorceros el cuello— decía el Ahorcado.
—¡No me digas cuelloooooo!— Prefasi lanzó una pierna y le alcanzó en la mandíbula. El Ahorcado sacó una soga y enganchó a Javi y a Lucas. Prefasi se distrajo con este truco del Ahorcado, que viendo que su rival se distraía, salió corriendo. Prefasi desató a sus dos compañeros y los tres salieron corriendo tras el individuo aquel. Se había metido por un estrecho callejón.
—Lo tenemos acorralado— dijo Lucas—. Esa calle no tiene salida.
—Cuidado con las cuerdas, ¿de acuerdo?— le contestó Prefasi.
Entraron en el callejón, que no tenía salida. Terminaba en un muro altísimo de ladrillo y únicamente había una puerta en el lado izquierdo. Era la única salida por donde podía haberse metido. Javi sacó su pistola de dardos somnífero y comprobó si la puerta estaba abierta. Lo estaba. Entraron los tres sigilosamente, y tras registrar la casa de arriba abajo, se convencieron de que allí no había nadie. Habían mirado en los armarios, detrás de las puertas, en la alacena, en el salón, en la cocina, incluso dentro del vacío frigorífico...
—¿En la chimenea?— preguntó Prefasi.
—Y llenarse de hollín— apuntó Lucas—. Miremos.
Al mirar en la chimenea, pudieron comprobar que allí tampoco estaba. Al darse la vuelta para salir de la casa oyeron unos pasos que provenían del salón. Javi entró rápidamente para ver quién era, pero al llegar al salón la figura se tiró detrás del sofá. Lucas entró también, seguido de Prefasi. Detrás de ese sofá había alguien. El Ahorcado, posiblemente, que se creía que se habían ido ya. Javi pegó un salto encima del sofá, apuntó al suelo y bramó:
—¡YA ERES NUESTRO, DESGRAC...!— pero se calló. Allí no había nadie. Ni un alma. Ni una mosca. Nada que diera señales de vida. Javi bajó del sofá.
—¡Bajo el sofá! ¡Se ha escondido debajo del sofá! Apartémoslo— Javi le dio una patada al sofá y lo desplazó de su sitio. Allí había una trampilla.

11.
El hombre que desapareció en la nada.

—Vamos allá— dijo Javi, abriendo la trampilla.
—Cuando coja a ese imbécil le voy a dar una patada en la cabeza— decía Lucas, totalmente enfurecido.
Pero la trampilla fue una desilusión. Sólo era una salida secreta a la calle, al mismo callejón. Salía a la pared en que éste terminaba. Cuando salieron vieron algo meterse dentro de la casa.
—Esta vez le pillamos. Lucas, quédate al lado de la trampilla y cuando salga le sacudes. Vamos, Prefasi. El terrible delincuente del mito falso ha caído ya.
—Y todo por un mito— se enfadó Prefasi, tirando la puerta de la casa de una patada. Haciendo ruido, pensó, el asesino se iría por la trampilla del sofá. Pero Lucas no vio a nadie salir del túnel oculto. Javi y Prefasi quedaron sorprendidos de no oír nada fuera. Lo único que pudieron hacer fue examinar palmo a palmo toda la casa de nuevo. Ni un alma.
—Esto empieza a ponerse interesante, ¿eh?— les saludó Lucas cuando salieron.
—¿Interesante? ¡Voy a retorcer el pescuezo a ese pedazo de...!— gritó Prefasi, realizando aspavientos. De nuevo se oyó la puerta de la casa. Javi entró a toda velocidad y juró ver un movimiento en la chimenea. Entonces oyó un ruido que, igualmente, provenía de la chimenea. Ese era el escondite secreto del Ahorcado. Detrás de la chimenea.
Volvieron al colegio para organizar un plan contra el individuo del mito. Allí mismo estaban Dani, Jorge y Raúl, echando un vistazo en la biblioteca a los mitos urbanos que habían causado impresión en la gente. Del mito del Ahorcado vieron un libro que hablaba sobre todo. El por qué de que aquel campo de acampadas estuviera maldito desde que alguien fue asesinado misteriosamente, colgado de un árbol.
—Por Dios. Qué basto. Este tío es un pestes— decía Dani.
—Fíjate— señaló Raúl—. Desde entonces, todo el que volvió a aquel campo está maldito y el verdadero Ahorcado no parará hasta conseguir quitarlo de en medio. Se supone que nosotros hemos estado allí, para investigar el primer asesinato.
Todo el colegio se hallaba allí aquella tarde. El director, sobre las cinco y media, cuando terminaron las clases ese día, reunió a todo el colegio en pleno en el salón de actos. Don Bartolomé era un hombre alto y casi sin pelo que había entrado a ser director aquel mismo año. El asunto del Ahorcado traía de cabeza a la policía, a la Guardia Civil y, cómo no, al mismo CDM. En el salón de actos, don Bartolomé empezó a hablar.
—Tenemos noticias de un nuevo ataque— dijo—. Así, pues, viendo la inseguridad que hay en toda la ciudad, hemos decidido suspender las clases hasta que este asunto finalice. La víctima era periodista, como viene siendo hasta ahora, y se llamaba Carlos David Martín...
—¡Las iniciales!— exclamó Pally de repente.
—El caso es que las iniciales, como ha dicho Pablo Martínez, son las de un club que ha formado un nuevo alumno de este colegio. Y eso no augura nada bueno para nadie. He pensado que el grupo de 4º D puede quedarse aquí esta noche, para hacer guardia. Es más, todo el mundo debería quedarse y no salir a la calle para nada. El colegio estará cerrado a cal y canto y habrá policías vigilando. Espero que el CDM dé la talla— y miró a Javi, que asintió.
Todos salieron del salón de actos y se dirigieron a sus respectivas clases. Todos estaban prácticamente descompuestos. Pusieron sacos de dormir en cada clase y arrinconaron las mesas. Pero la noche no fue tranquila. Un ruido despertó a Lucas a media noche.

12.
¿Por dónde entró?

Lucas despertó a Pally y a Sergio. Ellos no hicieron caso. “¡Eso es un perro que anda suelto por ahí!” Aun así Lucas no se quedó tranquilo. Despertó a toda la clase. Hasta que despertó a Javi, y entonces se oyó de nuevo. Javi se puso en pie de un salto. Costaba levantarse a las dos y media de la mañana, pero tenía que ser así. Había alguien en el colegio.
—¿Pero cómo va a entrar alguien aquí?— preguntó Prefasi, enfadado.
—¡Por la puerta!— contestó otro compañero, Pedro García—. ¿Cómo si no?
—¡Pero si hay doscientos guardias vigilando!— apuntó inmediatamente Prefasi.
—Seguro que hay una entrada secreta por alguna parte. De todas formas no hay nadie aquí, eso es imposible. Y yo voy a dormir. Buenas noches— otro compañero de la clase, Carlos Gallego hizo un acto de terminar, pero entonces se oyó un ruido más fuerte que los anteriores.
—¿Veis? ¡Se ha oído algo!— exclamó Lucas.
—Qué listo— le alabó Pally.
—El Ahorcado— dijo una chica llamada Beatriz.
—¡No ha podido entrar! ¡Se realista, Bea!— exclamó Pedro García.
—¡Ni realista ni porras!— saltó Javi—. Aquí no hay nadie, coño.
—¡Pues he oído algo! —se empecinó Lucas.
—¿Sabes a quién he oído yo?—preguntó Javi, enfadado—. ¿Te digo a quién he oído yo, eh?
—¿A quién? —preguntó Lucas.
—He oído a tus muertos en vinagreta, Lucas, que no te callas ni bajo el agua, pelmazo, que eres un pelmazo—respondió Javi—. Muy bien, vamos a investigar, ¿de acuerdo?
—¡Eso!— gritó Pally, cansado de tanta discusión—. Vamos a salir todos ahí fuera. Si no hay nadie, paliza a Lucas. Si está el Ahorcado, ya veremos.
—¡Vale!— dijo Prefasi—. Pero yo seré el primero en pegarle la paliza a Lucas.
—Siempre paliza al mismo— se quejó Lucas—. ¿Por qué?
—Porque eres un pelmazo, porque eres un tío listo y porque eres Lucas. ¿Contento?— le soltó Pally.
Todos fueron inmediatamente fuera de la clase, y en cuanto salieron, de la clase de al lado salió una figura enmascarada. Esta figura intentó agarrar a Palacios. Éste dio un brusco giro y la figura se soltó un poco. Sacó una cuerda, pero enseguida se vio rodeada. Tomando impulso, pegó un salto de dos metros y medio, agachándose para no dar con el techo, y se fue corriendo. Prefasi salió detrás de aquella figura. Seguía corriendo, hasta el interior del pabellón del colegio. Prefasi entró detras, siguió al tipo hasta el final del vestuario. El tipo se encerró en un baño, que estaba al final del vestuario, a mano derecha, enfrente de las duchas. Prefasi lo había acorralado. Llegó todo el club detrás.
—¿Dónde está?— preguntó Jorge.
—¡Ahí dentro!— respondió Prefasi.
—¡Sal de ahí, maníaco del demonio!— gritó Lucas.
Silencio.
No se oía un alma.
Todo el colegio sumido en un silencio horripilante.
Silencio. Total y absoluto.
Y Pally rompió el silencio. ¡¡PLAS!! ¡Patada a la puerta del aseo, que se abre!
Nadie. Todo está vacío.
—¿No decías que estaba ahí, Prefasi?— preguntó Pally.
—Pues sí— respondió Prefasi, desconcertado.
—Se ha ido— exclamó Lucas—. ¡No sé por dónde diablos se ha ido, pero si estaba ahí, no puede haber sido tan imbécil como para tirarse al wáter y tirar de la cadena él solito!
Todos volvieron en silencio a la clase.
Las cuatro de la mañana. Casi todos estaban durmiendo. Otros intentaban dormir. Prefasi no comprendía cómo era posible que un tipo desapareciera en un aseo, sin puerta trasera, y menos aún, cómo había conseguido entrar al colegio.
Javi tampoco dormía. De pronto le vino un pensamiento a la cabeza. ¿No habían visto en la casa del callejón una figura en la chimenea? No, pero no puede ser, se dijo, si estuvimos mirando en la chimenea. A no ser que la chimenea tuviera un doble fondo...
De pronto Prefasi pegó un salto.
—¿Qué pasa?— preguntó Javi.
—¿Estás despierto?
—Sí, hombre, como para estar durmiendo en una situación así. ¿Qué pasa?
—Vamos al callejón. Creo que tengo la solución.
—¿La solución? Ese tío nos va a echar la soga al cuello.
—No me digas cuelloooo...
—Vamos al callejón— determinó Javi—. ¿Despertamos a alguien?
—No creo que haga falta.
—Bien, pues vamos allá. Por cierto. ¿De dónde has sacado eso de no me digas cuello?
—De un programa de la tele. Es muy bueno— iban hablando mientras se dirigían al sitio A (de Ahorcado).

13.
Casa, chimenea, túnel, ruidos y huidas.

Prefasi y Javi llegaron al lugar donde el día anterior se habían hecho un completo lío. Cualquiera diría que justo a principios de año se iba a organizar aquel lío en Cartagena. Entraron al callejón, vieron que la puerta de la casa estaba cerrada y decidieron buscar la entrada a través del pasadizo del callejón. Cuando lograron encontrarla, entraron. Eran aproximadamente las seis de la mañana de un día cualquiera en mitad de enero. La casa estaba vacía. Prefasi se dirigió a la chimenea. Allí no vio ningún agujero. Javi se dirigió hacia él y pegó un empujón, y luego al fondo. El fondo de la chimenea se apartó a un lado. Tras el fondo, una pared negra. Un doble fondo. Prefasi empujó el doble fondo de la chimenea. No pasó nada. Miró arriba, a los lados y abajo. En el suelo vio una trampilla pequeña. Tenía exactamente el espacio para que cupiese una persona. En esto oyeron voces.
—Te digo que esta hora es la más apropiada.
—No estoy tan seguro. ¿Y si el tipejo está dentro?
Se oyó derribarse la puerta de entrada. Rápidamente, Javi y Prefasi cerraron el doble fondo y escucharon las voces. Javi las reconoció al instante. Felipe, Balanza y Alfonso. Sus tres viejos amigos.
—La trampilla está bajo el sofá— dijo Felipe—. Se lo oí decir a unos de esos imbéciles de Maristas.
—Qué tontos— se rió Balanza—. Si el imbécil de Javi nos estuviera viendo ahora se tiraría encima de nosotros con el gordo asqueroso ese del Castillos o como se llame, gritando esa de: “¡Demoooniosssss!"— y se rió de nuevo.
Javi se enfureció. Prefasi no fue menos. Recordó el mito del Ahorcado. Y dio tres golpes en la pared de doble fondo.
—¿Qué ha sido eso?— preguntó Felipe.
Se callaron todos. En la casa había ahora un silencio absoluto. Javi volvió a golpear la pared de doble fondo.
—¿QUIÉN ES? ¿QUIÉN SE ATREVE A MOLESTAR AL CFT? ¡COMO LE META UN VIAJE SE VA A ENTERAR!— se envalentonó Felipe, como de costumbre. De la nada surgieron tres nuevos golpes, más fuertes que los anteriores.
—Viene de la chimenea— apuntó Alfonso. Se asomaron a la chimenea, pero no vieron a nadie.
—Están al lado de la chimenea— murmuró Prefasi—. Si descubren el doble fondo, andamos listos.
—Damos tres golpes y nos vamos por la salida secreta— le contestó Javi, con idéntico tono de voz. Y levantando el pie, sacudió un patadón con toda la planta en el doble fondo. ¡PLAF! Los de fuera se alarmaron. Pero con la patada, el doble fondo empezó a abrirse.
—Vámonos, ¡deprisa!— exclamó Javi, saltando al agujero, seguido de Prefasi. El doble fondo quedó abierto.
—Pero si aquí no hay nadie— dijo Felipe, asombrado, asomándose.
—Muy listos— le espetó el Balanza—. Mira ese agujero.
Javi y Prefasi corrían por el túnel. Los perseguían, no cabía duda.
—Oye, Javi— le preguntó Prefasi, jadeante—. ¿No le viste la cara al Ahorcado?
—¿Cuando me detuvieron? No... sé... que se quitó la máscara... pero estaba conmocionado por el golpe que me dieron. No me di cuenta...
—Vaya por Dios.
El túnel se bifurcó. Javi disparó un dardo somnífero por el túnel de la izquierda y se fueron por el de la derecha. Sus perseguidores picaron en el truco y se fueron por la izquierda. Javi y Prefasi seguían corriendo. El túnel ahora se estrechaba y bajaba. Cuando la bajada terminó, se encontraron en una habitación amplia, circular. Y dentro, un hombre con una máscara.
—Hola— dijo, con un tono de voz triunfante—. Sabía que llegaríais.

14.
Un libro y un autor sorprendente.

—Ay, Dios mío...— exclamó Javi—. ¡Un psicópata!
El Ahorcado estaba allí, delante de ellos. Avanzó hacia los recién llegados, pero se sentó en un banco que había justo en la entrada del túnel.
—¿Qué significa todo esto?— exclamó Prefasi. Unos pasos llegaron por el túnel. Era Pally.
—¿Por qué os habéis ido sin... ? ¡AAH!— gritó, al ver al malo de la peli sentado—. ¿Qué hace él aquí? ¿Le habéis cogido?
—Cálmate un poco, chaval— dijo el Ahorcado—. Ahora mismo os vais a enterar de toda la historia.
—La historia, ¡me la sé de memoria!— bramó Javi—. ¡Un mito, cinco asesinatos, cuatro de ellos formando mi nombre con sus iniciales, un billete de lotería, un pasadizo secreto, una chimenea con doble fondo y mis antiguos compañeros del club haciéndome la vida imposible! ¿TE PARECE POCO? ¿SÍ? ¡PUES A MÍ YA ME HA PARECIDO BASTANTE! ¿TE ENTERAS?
—Un momento. ¿Qué narices está pasando?— interrumpió Pally.
—¡Esto está pasando!— gritó el Ahorcado, tendiendo un libro a Javi.
—"Mitos del Siglo XXI”, por Constancio Crespo— leyó Javi—. ¿Qué tiene que ver mi profesor de lengua en todo este asunto?
—Empieza a leer y lo sabrás todo— dijo el Ahorcado.
—Vamos a ver... que me aclare. Voy a abrir el libro. Voy a leer la introducción del libro— Javi abrió el libro y leyó la introducción, tras una dedicatoria especial del autor a sus alumnos, que empezaba de la siguiente manera.
Dedicado a mis alumnos del colegio.
Todo lo que hay aquí escrito es una ficción y no hay una gota de verdad en ello. Lo que sí es cierto es que fueron mis alumnos los que me inspiraron, y muy profundamente, en el mito del Ahorcado, del cual se hace una breve referencia al principio, en la página 020 y se explica más tarde, en el Capítulo 02. Por lo demás, deseo a mis lectores que disfruten leyendo el libro.

—¡020, 02! ¡El billete! Yo te mato— dijo Javi.
—En ese capítulo se recoge el mito del pobre desgraciado que fue asesinado por alguien colgado de un árbol. Ese pobre desgraciado soy yo— dijo el Ahorcado.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?— soltó Pally.
—En uno de los dibujos del libro, realizados por Jaime Domínguez, que dibujaba excelentemente, me retrató a mí colgado del árbol.
Javi continúo leyendo el Capítulo 02. Su sorpresa fue aún mayor cuando descubrió que aparecía él mismo.
—¿Cómo habrá podido hacer esto Constancio?— exclamó Prefasi, atónito.
—Tendría motivos... ¿pero cuáles?— Javi quedó pensativo.
En ese momento se oyeron unas voces.
—Sí, señor inspector, ese chorizo está aquí dentro.
—No me fío. Desde que Javier te largó te has convertido en un auténtico gamberro...
Apareció Felipe en escena, por el mismo túnel, con Balanza, Alfonso y el inspector.
—Hombre, ¡si está aquí el misántropo!— exclamó Felipe—. Muy listo lo del dardo.
—Hombre, si está aquí el Pelopunk. ¿Sabes? Me creía que estabas en complot con el Ahorcado, pero ya veo que no. Y sigues vivo...— dijo Javi.
—Has tardado mucho— dijo el Ahorcado—. Ya veo que has traído a todos.
—Claro— dijo el inspector—. Y cuando Javier acabe de leer el libro de mi buen amigo Constancio acabaremos con ellos y con el autor.
—¡Un momento!— exclamó Prefasi—. ¿Esto es un complot o estoy loco? ¿He perdido el cerebro, tengo sueño, no he comido suficiente? ¿O el inspector de policía es íntimo amigo de este imbécil con máscara?
—Has acertado, Pedro— se rió el inspector—. Os vamos a dar una posibilidad de salvar el pellejo, según dice el libro. Dámelo— Javi le dio el libro—. “Cuando estaba acorralado por el Ahorcado, éste le propuso un juego. Jugar a un juego con letras, como el Ahorcado tradicional...”
—Aaah, mis inicales— dijo Javi—. Jugando al típico juego, pero a mí me daban las letras y yo tuve que adivinar la palabra.
—Exacto, Javier, lo has pillado— aplaudió el inspector—. Sigo leyendo: “El Ahorcado le dio unos papeles con algo escrito. Eso es lo que hay que descifrar, cómo se podía evitar una catástrofe. Todo ello mediante unas frases que no tenían sentido, escritas en un código secreto. Letras y más letras sin ningún sentido lógico. Y la clave estaba allí”.

15.
Constancio y el Juego del Ahorcado.

—Seguidme, pues— les dijo el enmascarado.
—Vamos allá— dijo Pally. Allá fueron todos: Javi, Prefasi, Pally, el Ahorcado, Felipe y el inspector. Continuaron por el pasadizo, hasta llegar a una cámara con unas celdas en la pared. El Ahorcado se dirigió a una de ellas.
—¡Hola! ¡Tiene visita!
—¿Le está diciendo a la celda que nos va a encerrar? Será imbécil— dijo Pally.
Se asomaron a la celda.
—¡Constancio!— exclamó Javi—. ¿Pero qué hace usted aquí?
—¿No se ve o qué? Me ha encerrado.
—Muy bien, pues dales a estos chicos las pistas para el juego. Jugaréis, ¿verdad?— les preguntó el inspector.
—Y ganaremos— dijo Prefasi, desafiante.
—Lo que no entiendo es por qué nos dejaste salir— replicó Javi.
—Alguien tenía que descubrir el escondite sin despertar sospechas de que yo era cómplice del Ahorcado. ¿Chulo, eh?
Javi cogió un trozo de papel que le tendió el Ahorcado. Leyó:
“Estamos en Maristas. Lo primero: ¿por dónde me fui la noche pasada? ¿Cómo desaparecí en el retrete de los vestuarios?”
—Tenemos dos opciones— dijo Javi—. O la otra bifurcación del túnel, o es que como dijo Lucas, se tiró al retrete y tiró de la cadena. Prefasi, organicémonos por grupos y busquemos. ¡Vamos!

*** *** *** *** *** *** *** *** *** *** ***

Prefasi se juntó con varios compañeros: Joaquín, Pedro García, David Fernández, amistosamente llamado “el pollo” por sus compañeros, y Beatriz. Fue este el grupo que entró por la otra bifurcación del túnel. Continuaron andando y llegaron a una puerta enorme. Prefasi intentó abrirla. No se podía. Empujaron todos. No se podía. Tropezó Joaquín y se cayó contra la pared, chocando contra un botón perfectamente camuflado, que abrió la puerta. No estaban en los vestuarios.
—¿Lo ves, ves como no eran los vestuarios? ¡Estamos en el despacho de don Bartolomé! ¡Págame la apuesta, Bea!— exigió Pedro.
—Es la última vez que me apuesto algo contigo— Bea sacó cinco euros y se los dio.
—Bueno, si vais a dejar de hacer el idiota, os lo agradeceré— dijo Prefasi—. Está visto que esta salida no vale, porque nos pidió expresamente los vestuarios. Vámonos antes de que venga Bartolo que nos la cargamos.

Dani, Jorge, Raúl, Pedro Rubio y Javi, el segundo grupo, estaba siguiendo el mismo camino desde la salita donde se habían topado con el Ahorcado hacia delante, hasta llegar a un túnel que ascendía en vertical hacia arriba. Unos peldaños en piedra en la pared subían, formando un ángulo de 90 grados con el suelo. Terminaban en una abertura estrecha, que seguía hacia delante. Todos continuaron.
—La verdad, esto está frío y húmedo, ¿no?— preguntaba Jorge.
—Eso es por las tuberías de las duchas de los vestuarios. Están viejas— contestó Dani.
—Me tenía que haber quedado repasando Historia. Llevo el sobresaliente encarrilado— se quejó Javi.
—Si te lo sabes de carrerilla— le contestó Dani—. Como yo.
Mientras hablaban seguían andando hasta llegar a una puerta enorme. Estaba abierta. Pasaron por ella y llegaron al salón de actos del colegio.
—No es esta, y según me ha dicho Prefasi cuando me ha llamado tampoco es por la suya— dijo Raúl—. Ese tío se está riendo de nosotros.

Palacios, Carlos Gallego, Pedreño, Juan Salas, David García, acompañados por sus inseparables compañeros de clase de toda la vida estaban en el apartamento del Ahorcado. Palacios manipulaba el ordenador.
—Tiene que estar guardado por aquí— decía Palacios—. Si no, no hay manera. Buscad un disquete por ahí, a ver si estuviera el pasadizo planificado.
—Vamos allá— dijo Juan—. Si lo encontramos te avisamos.
Carlos Gallego miró en un armario.
—Qué montón de mierda hay aquí— dijo, sin contemplaciones. Y empezó a revolver toda la ropa, arrugándola y lanzándola al suelo de cualquier forma. El armario se quedó compo¡letamente vacío. Y allá, al fondo, vio una palanca en el armario. La apretó y la pared del armario se apartó silenciosamente. Y Palacios gritó.
—¡Lo encontré!— todos fueron rápidamente—. Hay un doble fondo en el armario. Me acabo de dar cuenta, estaba el disquete dentro del ordenador.
—Pero Palacios...— interrumpió Carlos.
—¡Calla, Gallego, hombre! No sabes lo bien que sienta el triunfo sobre un asqueroso cacharro, útil a fin de cuentas, pero gracias a él y al imbécil ese que no lleva sus disquetes consigo...
—¡¡PALACIOS!!— rugió Carlos.
—¿Qué leches quieres?— preguntó Palacios.
—No quiero ninguna leche. ¡Quiero decirte que ya he encontrado la entrada! ¡Cawen diez!
—Ah, claro, pues vamos, hombre, no os quedéis ahí— Juan empezó a caminar. Cuando iban a entrar por el armario, se encontraron con que Pally, Lucas y Sergio Gómez salían del túnel.
—¿Pero qué...?— exclamaron todos a la vez.
—¿Lo ves, Lucas? ¡Era el camino de la izquierda! ¡Payaso! ¡Eres el colmo!— exclamó Pally.
—¡Pero si yo te dije que no era este!— gritó Lucas, enfadado—. Además, sabe que el colegio queda justo para el otro lado.
—Vamos todos dentro, ¿vale? Y cogemos el otro camino, ¿de acuerdo?— intentó calmarles un poco Pedreño.

16.
No hay dos... sin uno.

Acabaron todos no en los vestuarios, sino en otra cueva. Allí había un papel que tenía escritas dos palabras sin sentido, aparentemente.
—¡Chimenea, camino!— se enfureció Palacios—. ¡Allí ya hemos mirado cincuenta millones de veces y no hay nada de nada!
—Vale, claro, como tú digas— dijo Juan—. Pero ¿hay alguna chimenea en la cueva del pasadizo al que se llega por la chimenea?
—¿CÓMOOO?— exclamó Lucas.
—Joder, tontazo, vamos a la casa de marras, encontramos el pasadizo de la chimenea, cuando lleguemos desde allí hasta donde está el Ahorcado, ahí tiene que haber otra chimenea. Es fácil.
Mientras, Dani, Jorge, Raúl y compañía daban la vuelta y venían por el mismo sitio por donde antes habían pasado. Tras andar un rato, se encontraron de nuevo en la cueva del Ahorcado, al cual vieron desaparecer de repente cuando ellos entraron. Rápidamente Javi corrió hacia aquel lugar, y observó el lugar por donde había desaparecido. Se había ido por el techo. En la pared había unos peldaños. Javi se dispuso a subir, pero entonces apareció por allí Palacios con toda la compañía gritando que ya sabían el sitio. Lucas fue el segundo en subir, detrás de Javi, y luego rodos los demás. Raúl y Jorge quedaron los últimos.
Y también mientras tanto, Prefasi estaba hasta las narices de aquel absurdo juego del Ahorcado y fue con su grupo directamente a los vestuarios del colegio. Allí estaba don Felipe Faura, profesor de Educación Física (pero no mental, por desgracia, como solía pensar), y rápidamente le contó toda la historia. Fueron rápidamente hacia el retrete y todos se pusieron a palpar paredes, cisterna, WC y suelo, hasta que David Fernández encontró el pasadizo, en la esquina más profunda del pequeño habitáculo. Allí había un botón del mismo color que el suelo. Lo apretó y se abrió una trampilla en el suelo, por la que cayó. Cayó encima del Ahorcado, que subía a toda velocidad, con Javi pisándole los talones y todo el CDM detrás. Javi, al verlos, se quedó mudo. El Ahorcado sacó una cuerda, lanzó hacia arriba y se enganchó a un saliente. Arriba, en el vestuario, Prefasi vio una figura entrar por la puerta. ¡Era el Ahorcado! Claro está, Prefasi no sabía que David había caído justo encima del Ahorcado y sacó el móvil para llamar a Javi. Éste contestó dejando de escalar por los peldaños y apartándose a un lado, para que los demás siguieran la persecución. Cuando oyó que el Ahorcado estaba arriba y había entrado por la puerta principal de los vestuarios, no se lo creyó. Le dijo que esperara y siguió subiendo a toda velocidad. El Ahorcado salió por el pasadizo y sus persguidores tras él, llegando al vestuario. Allí todos se quedaron mudos de asombro. ¡Dos Ahorcados!
—¿Qué quiere decir esto?— exclamó Palacios.
—Javi, te lo dije, que había entrado el Ahorcado por la puerta— dijo Prefasi.
—¡Pero si estaba subiendo por...! ¿Qué es esto?— bramó Javi.
—Uno de ellos es el inspector— dijo Lucas—. Creo que detendrá al auténtico, ¿no? ¿O tenemos nosotros que detenerles a los dos?— miró a ambos, y vio cómo sacaban un par de cuerdas cada uno.
—Ahora mismo vamos a acabar con vosotros de una vez por todas— dijo uno de ellos.
—¡Al cuello!— exclamó el otro.
—¿Cómo? ¿Has dicho cuello? Sí, has dicho cuello, ¿verdad? No me gusta que me digan cuello. ODIO que me digan cuello. No me digáis cuello, ¡no - me - digas - cuello!— Prefasi se abalanzó sobre él.
Seis cuerdas volaron en el aire. Javi esquivó una, agarrándola, y le pegó un tirón; Pally y Lucas se encararon con el otro tipo, y de pronto una voz tronó en el vestuario, cortando en seco la pelea.
—¡TODO EL MUNDO QUIETO, AHORA MISMO!
—No puede ser... ese estúpido se ha liberado por el pasadizo— dijo uno de los Ahorcados.
—¡Es Constancio!— exclamó Palacios.

17.
El último mito urbano.

—Bien, ya que estáis aquí todos, incluido mi compañero don Felipe, me vais a permitir que os diga unas palabras.
—¡No hay palabras!— bramó uno de los dos Ahorcados—. ¡Estás chalado! ¡Ese estúpido libro! ¡Mitos que no existen! ¡Todo esto para nada!
—¡Cállate!— bramó Javi.
—Sí, eso, ¡cállate!— exclamó Dani—. ¡Qué cosa más tonta de hombre, Dios mío!
—En primer lugar— empezó Constancio— os doy las gracias por haber conseguido atrapar a este chorizo. Este chorizo, asesino, criminal, misántropo, idiota y todo lo que podría decirse de este ser despreciable. No me esperaba esto de una persona como él después de tanto tiempo. Has matado a cinco personas desde septiembre, todas ellas de la misma ciudad. Seguramente no sabéis quién es, ¿verdad?— Constancio miró las caras atónitas de sus alumnos—. Yo lo sabía, por eso me encerró. Este es el último mito urbano, el Ahorcado, protagonizado por el señor inspector de policía, apoyado nada más y nada menos que por alguien que se traduce en la figura de un señor que ha intentado plagiarme el libro, comprarme los derechos de autor, y finalmente, cuando el libro se puso a la venta, imitar a la perfección el mito del Ahorcado, incluso atacando al CDM. La figura de un señor que fue antiguo alumno de este centro y que fue su director hace poco. Quítate la máscara, anda.
Lo que vieron todos les asombró.
—Pero... ¿cómo...?— Palacios no pudo articular palabra—. ¡Usted... era el director hace tres años!
—El señor López Conesa, Francisco, ex - profesor de Lengua y Literatura.
—No es posible— Lucas movió la cabeza—. No, no me lo trago.
—No es que no sea posible— dijo Prefasi—. Es que ahora estamos sin inspector de policía. La de tortas que le he dado sin saber quién era.
La policía llegó, detuvo a los dos Ahorcados y después de todo esto no se hablaba de otra cosa que no fuera aquello. Javi fundó el club oficialmente, haciendo miembros oficiales a todos. El nuevo inspector, venido desde Inglaterra con destino en Cartagena, les felicitó personalmente.

EPÍLOGO.

Aquel día, viernes, uno de febrero, todos esperaban las notas de la segunda evaluación. Hubo de todo, como en todas las clases. A Javi, tras las dos suspensas de la primera evaluación, no le quedó ninguna. A Prefasi sólo le quedaron las matemáticas, y Palacios sacó sus nueve o diez sobresalientes de costumbre. Tras todo aquello, todos se fueron a sus casas para descansar un poco de la evaluación y de todo lo que les había pasado desde el día del inicio del curso.
Felipe y la tropa seguía molestando, pero aunque se ponían pesados y Javi no les podía ni ver, pensó que ellos, en lugar de atrapar al Ahorcado a lo mejor habrían atrapado a Constancio, o al Presidente de la Región de Murcia.
Y tras este breve epílogo, despedimos al CDM hasta el próximo episodio.

Sin el Ahorcado, claro.


(No me digas cuello - Tele 5, cierto programa de “El Informal”.
(¿Ha’ vi’to a Paco? - TVE, Cruzyraya.com)